martes, 25 de agosto de 2009

APARECIDOS... PERO EN ARGENTINA

Esta semana comentaba con un amigo la dificultad que tiene nuestro cine fantástico para crear, explotar y no digamos reformular mitos autóctonos, para crear un verdadero cine de género español, tal y como hicieron en su momento Estados Unidos o Italia, y como ha venido haciendo últimamente Francia. Un cine que, sin perder sus señas de identidad, pueda al mismo tiempo exportarse al extranjero y, poco a poco, establecer un tejido industrial más o menos sólido. Competitivo. Como ya comenté en el anterior post, técnicamente nuestros realizadores ya han alcanzado las excelencias exigibles... conceptual y temáticamente, eso ya es otra cosa. Pues bien, hace poco pude ver por fin, porque la tenía ganas, una película que viene a corroborar todo esto.

Aparecidos es el debut en el largometraje de Paco Cabezas, (en la imagen, explotando su imagen de freaky-director), al que tengo en más aprecio como director de largos que de cortos –me pasa como con Vigalondo, del que prefiero Los cronocrimenes, con todos sus defectos, antes que todos sus cortometrajes juntos-. Aparecidos es casi paradigmático de lo que podríamos llamar el nuevo cine fantástico español, con Balagueró y Paco Plaza a la cabeza y con Amenábar ejerciendo de líder espiritual –por supuesto, Balagueró y Plaza gozan de una cultura fantaterrorífica y... bueno, en general de una cultura que Amenábar ya quisiera-. Es decir, el film de Paco Cabezas está tan brillantemente rodado y narrado como impersonal es. Baste como ejemplo la banda sonora de Óscar Araujo. Magnífica, pero sobre explotada. Como si el director necesitara en todo momento recordarnos lo trascendente de su historia, lo emotivo de la peripecia y lo importante de su moraleja final. Es decir, una vez más una buena idea lastrada por la spielberización de la propuesta. Otro “Mamá, quiero ser Amenábar” y gustar a todo el mundo. Véase la secuencia final, en la que uno de los protagonistas expresa su deseo de que el planeta sea por fin un lugar maravilloso, de amor y de paz (glup)... cuando se encuentra a 10 de septiembre de 2001. Un desenlace maniqueo, ingenuo y oportunista. Es decir: cine español del malo, del que quiere ir de solidario, progresista y buenrollista. Y así, con buen rollo gratuito, me temo que no se acaba una película de terror que hasta entonces funcionaba bien.

Pero dejando a un lado este desliz y algunas incoherencias del guión –no muchas, pero importantes: ¿porqué el villano de la película quiere matar a sus hijos? ¿? ¿Es normal que dos personas perseguidas por un asesino entren a un bar y se pongan a desayunar como si nada? ¿¿??-, lo que más me ha llamado la atención de Aparecidos es la decisión de su director y guionista de ambientar la acción en Argentina, concretamente teniendo como telón de fondo los crímenes cometidos durante su dictadura. Esencialmente porque no hay nada en la trama que justifique esta decisión. Es decir, y hablando claro, Aparecidos podría perfectamente haberse contado igual cambiando la dictadura argentina por la franquista. Así que si yo fuera retorcido, y lo soy, pensaría:

a) Que Paco Cabezas –y sus productores- han tratado de evitar por todos lo medios que el espectador diga eso de: “no, porras, otra película española sobre Franco y la guerra civil”.

b) Que Paco Cabezas –y sus productores- han preferido no mojarse, echar balones fuera y evitar susceptibilidades en un país donde, cual niños en patio de recreos, seguimos creyendo en las dos Españas, en los vencedores y los vencidos, en los rojos y los fachas. Un país de extremos, incapaz de perdonar y de ser perdonado.
O puede, sencillamente, que yo vea fantasmas donde no los hay. Puede que Paco Cabezas ni siquiera haya reparado en esto y que la dictadura argentina, simplemente, le parezca un episodio con el suficiente potencial dramático como para incluirlo en su historia. No lo sé. Pero a mí me parece una pena. Porque Aparecidos, con todos sus defectos, tiene garra, factura y una buena idea detrás. Y lo que es más importante: ganas de emplear el género de terror para hablar de cosas interesantes. Por eso lamento que se haya perdido la oportunidad de emplear nuestra dictadura, nuestro Franco (es nuestro, mal que nos pese), es decir, nuestra Historia, para levantar lo que de podría haber sido un buen ejemplo de genuino cine fantástico español.

Todo esto, me temo, seguirá siendo así mientras nuestros cineastas y nuestro público, soberano él, no entiendan que si Estados Unidos tiene sus gasolineras y sus granjas polvorientas repletas de psicópatas nerds, sus Watergates, sus veteranos que aún matan Charlies en sueños, nosotros tenemos una España profunda, unos pueblos castellanos anclados en el velo negro y la misa de doce, unas meigas, una dictadura que también secuestró y torturó rojos, invertidos y maleantes y que ha poblado nuestras calles de fantasmas que vagan pidiendo justicia.

Y que todo eso, aunque parezca mentira, sigua sin explotarse aún en nuestro cine de género.

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